Durante este año, todos hemos buscamos diferentes estrategias para sobrellevar el confinamiento a causa de la crisis sanitaria, sobretodo, de poder manejar emociones tan intensas como la incertidumbre, el temor, la soledad, la angustia y el estrés. Mientras que otros han debido centrarse también, en cómo resolver problemas económicos y conflictos familiares durante la convivencia.
Sin embargo, a veces miramos a algunas personas y no entendemos cómo son capaces de seguir adelante con mayor facilidad que otros, pese a las dificultades a las que se han enfrentado. Por ejemplo, hace unos meses leí “El Legado de Mandela” de Richard Stengel. Desde entonces ha estado muy presente su legado, su forma de vivir y de ser. Preguntándome desde dónde vino la fortaleza y sabiduría para mantenerse firme, y no solo eso, sino que también de crecer, de cambiar y madurar en un espacio donde muchos quizás no podríamos resurgir y reinventarnos. Y por sobre todo, una vez liberado, ser capaz de perdonar. Que fue lo que le permitió vivir con mayor calma.
Entonces, ¿Por qué para algunas personas es más fácil vivir estos desafíos y aprovechar las crisis como una oportunidad de crecer? ¿Por qué algunas personas pueden transitar mejor desde la oscuridad hacia la luz?
Esa respuesta está en la capacidad de resiliencia que tenemos las personas. La Resiliencia es conocida como la habilidad emocional, cognitiva y sociocultural para reconocer, enfrentar y transformar constructivamente situaciones que causan daño o sufrimiento, o amenazan el desarrollo personal.
Para Boris Cyrulnik, la resiliencia equivale a resistir el sufrimiento y el impulso de reparación psíquica que nace de esa resistencia. Es volver a vivir después de una herida.
La resiliencia se construye con amor, afecto y apoyando a un otro. Necesitamos la compañía y un vínculo estrecho con otra persona, que sostenga, que acompañe y se transforme en alguien que nos ayude a co-regular. Es decir, que nos ayude a mantener la calma. Similar a lo que hacemos los padres con nuestros hijos pequeños cuando están atravesando una tormenta emocional.
La calma es posible obtenerla en el otro: en la sonrisa, en la mirada cariñosa y atenta, y en la escucha activa. La compañía de personas significativas nos ayudará a enfrentar momentos desfavorables. No obstante, también podemos encontrar la calma en nosotros mismos, debemos buscar estrategias personales que nos ayudan a la calma, como por ejemplo, concentrarnos en nuestra respiración. Hacer pausas conscientes y respirar profundo: inhalar y exhalar. Esta es una alternativa, pero cierto es, que cada persona busca sus propias estrategias, y a algunas les ayuda mucho escuchar música, una canción favorita, pintar, armar un huerto.
Me he preguntado que pensó Mandela mientras estuvo prisionero durante 27 años –prisionero político por luchar contra el apartheid-, “¿qué haré cada día de mi vida en prisión; lamentarme, pensar en cómo vengarme o aprender a vivir esta vida, esta otra vida? y ¿cómo sacarle provecho a esta vida?”.
Las respuestas y acciones de Mandela durante este período de su vida y de los años posteriores a su liberación, me dejan asombrada y me provocan gran admiración. Mandela fue un hombre de una increíble fortaleza, templanza, lucidez y de gran capacidad resiliente.
Uno de los aprendizajes transmitidos por Mandela, que describe Stengel en su libro, es la necesidad que tenemos todos los seres humanos del autocuidado “necesitamos algo alejado del mundo que nos proporcione placer y satisfacción, un lugar aparte, en el cual podamos renovar nuestras fuerzas y respirar en medio del caos o la confusión. Para Mandela fue construir su Huerto, pese a todas las dificultades, logró armar su huerto en la cárcel. Este pequeño espacio que construyó, le proporcionó paz y distancia con la monotonía y agobio de la prisión.
Mandela fue muy disciplinado en cultivar su huerto. Lo que cosechaba lo compartía con los demás presos y hasta con los guardias –fanáticos del apartheid-. Esta actividad fue una de las pocas cosas que pudo tener bajo su control: “Me ofreció la simple posibilidad de sembrar una semilla, verla crecer, regarla y luego cosecharla. Era algo parecido a un pequeño sabor de libertad”.
Mandela fue un hombre capaz de buscar la paz y el crecimiento personal en medio de la adversidad.
Sus acciones me transmiten la importancia de aprender a regular nuestro sistema de amenaza, ya sea real o de pensamientos, y de cómo nos contamos las cosas. Estar atentos a nuestros pensamientos, que también, a veces, funcionan cómo una amenaza –y quizás, son los que más daño nos hacen-. Debemos aprender a equilibrar nuestros sistemas de calma, logro y amenaza para vivir con mayor armonía y consciencia. Así como también, a veces, debemos detenernos y reflexionar respecto de cómo influimos en los sistemas de los otros ¿cuánto aporto al sistema de calma de mis hijos o pareja? ¿cómo aporto al sistema de amenaza de mis hijos y pareja? ¿y cómo ellos aportan a mis sistemas?
Todo esto me ha hecho pensar en lo que estamos viviendo, en esta pandemia que nos tiene recluidos en nuestras casas –bueno, a algunas personas- y ha generado tanta inestabilidad económica, emocional y también aburrimiento y cansancio por estar encerrados y aislados tanto tiempo. ¿De dónde sacamos fuerzas?, ¿cómo hacemos para no rendirnos frente al temor y la incertidumbre? ¿cómo no dejarnos llevar y abandonar las medidas de cuidado por estar agotados?.
Es imprescindible volver a nosotros, conocernos, cuidarnos. Es la única forma para trascender los obstáculos, principalmente los internos, ya que somos muchas veces nosotros quienes nos limitamos, nuestras emociones y pensamientos negativos nos disminuyen, y desplegamos conductas de auto-sabotaje. Tenemos que empezar a reconocer nuestros recursos y fortalezas, vivir desde adentro hacia afuera. Y no solo para alcanzar estándares sociales y económicos, debemos dejar de competir con el otro.
Es importante que cada uno de nosotros podamos elaborar un proyecto para alejar el propio pasado –o este presente incierto y agotador-, y transformar el dolor del momento en un recuerdo glorioso o divertido. Esto es resiliencia. La posibilidad de cambiar el significado de la representación de lo que sucede –o sucedió- y cómo transmitimos eso. Es trabajar en nuestra capacidad de cambio, en nuestra metamorfosis.
Necesitamos repetirnos un mantra que nos de fuerzas y energías. Así como el que encontró Mandela durante los años más duros de su vida, en el poema de William Ernes Henley, “Invictus”. Acá les comparto los últimos versos: “soy el amo de mi destino”, “soy el capitán de mi alma”. Es importante que nunca olvidemos que somos agentes activos y protagonistas de nuestras vidas. En nosotros están las posibilidades de cambio.
Entonces, ¿cómo podemos transformar esta crisis en una oportunidad? Creo que lo primero, es empezar a cuidarnos, a equilibrar nuestros sistemas y a reencontrarnos con nosotros, para luego construir el camino que queremos seguir.
Les dejo la invitación, para que cada uno de nosotros, busquemos nuestro propio huerto.
William Ernest Henley, escribió el poema Invictus. Este ayudo a Mandela durante sus años en prisión a mantener la entereza.
Referencias
Boris Cirylink. Patitos feos
Richard Stengel El Legado de Mandela